Tucupita huele a ají dulce

En Estreno  Pauta la suerte Del Año Nuevo
Por Lcda. Rosana Ordoñez Vela

La navidad deltana comienza con la limpieza y el orden. Las casas se lavan y las paredes cambian de colores. Aparecen muros rojos, verdes, morados y rosados. Comienza la fiesta para esperar al Niño Dios y   recibir  el año nuevo.
Esa limpieza, se traslada a las personas. Las mujeres se arreglan el cabello, los hombres se afeitan y comienza una cuidadosa elección del estreno que marcará la abundancia y la prosperidad en el nuevo   año  que luce cerca.
Las alcaldías, cuando se ocupan de su trabajo y no se roban los reales, promueven concursos de ornato en las comunidades, que confieren al Delta un aspecto muy bonito, con luces, guirnaldas, flores y adornos de papel. Todo se torna más bonito, unido al bellísimos paisaje enmarcado por el soberano Orinoco.
Estrenar, para los deltanos es muy importante. “Si no  estreno, prefiero quedarme en casa”, me explicaba una chiquilla adolescente, pues eso significa que el año que se va no estuvo bien, y el hambre seguirá en el siguiente, mejor pasar agachado.
Pero en el Delta el dinero se mueve, las becas aparecen, ningún gobernante se atreve a demorar el pago de los aguinaldos y la comunidad aparece cargada de ropas y comidas para la fiesta especial.
Los guisos
Tucupita huele a ají dulce, curri, guayabita, papelón y canela. Las hallacas se hacen el mismo día. En Navidad y Año nuevo. A nadie se le ocurre tenerlas un mes en el congelador, como en Caracas.
Los perniles son infaltables, así como los dulces variados, con el de lechosa como rey de la mesa, acompañado por las delicias gastronómicas venidas de Inglaterra a través de Trinidad como la domplina, el bomfló,  aporte de Guayana, y los burritos de jengibre. La influencia de los católicos libaneses también se siente con la profusión de frutos secos y deliciosos dátiles que abundan en las panaderías de los portugueses.
En navidades, las calles deltanas huelen a guisos y a aromas. Los hombres de Tucupita tienen una gran virtud, les encanta cocinar, ayudan a matar al cochino, montan la candela, cortan las hojas de plátano. Toda una liberación para las mujeres, atareadas con los adornos, los vestidos y los arreglos para el gran día.
Se cocina bebiendo caña. Un traguito para el cochino y otro para el cocinero, quien termina llamando compadre al cerdito que está en el horno.
El Nacimiento
Impregnados por la tradición cristiana que auspician los descendientes de margariteños, rubios, hijos y nietos de canarios españoles, el nacimiento está presente en todas las casas, incluso en las comunidades originarias, debido a la influencia de los curas capuchinos. Son nacimientos distintos a  los andinos, sin montañas, ordenados, y colocados en sitios destacados del hogar.
Debido a su lejanía de los centros urbanos, los adornos con nieves, santas, muñecos son escasos, gracias a Dios, pues no pegan ni con cola en el paraje selvático e imponente. Pero ahora los chinos están en todos lados, y mientras practican el taoísmo nos meten a todos los cachivaches de la sociedad de consumo.
Los regalos
El intercambio de regalos decembrinos tiende a ser muy familiar, sólo los íntimos, poco se juega al amigo secreto, sin embargo cada niño tendrá su juguete, gracias a iniciativas como las de radio Oceánica que recoge muñecas y camiones entre sus oyentes y luego sale a repartirlos entre las comunidades más pobres.
El mejor obsequio lo constituyen las comidas, la ensalada de gallina que doña fulana le lleva a sultana a cambo del dulcito que hizo la tía de mengano y así, la casa se va llenando de manjares híbridos, con gusto a España, a Trinidad, a Guyana, a Líbano, a China, a Warao, a Delta, porque la gastronomía deltana es una de las más desconocidas del mundo, con sus peces de río enormes, sus pasteles de tortugas, sus babas  asadas, sus frutas maravillosas.
Los tejidos
Si el Hombre Araña fuese a Tucupita se enamoraría de todas sus mujeres, tejedoras ancestrales, que desconocen el significado de las maravillas que realizan. Deficientes políticas de distribución impiden a las tejedoras warao dar a conocer las maravillas de su cestería, y lo peor es que el aislamiento entre aborígenes y criollos han impedido mezclar las artes de la cestería con los magníficos tejidos de crochet que se encuentran en todas las casas recién almidonados, para recibir al niño Dios. Como en casi todos los poblados, el trabajo cotidiano, la alfarería, el tejido, la cestería tiende a ser despreciado mientras ocupa lugares de honor en las comunidades. Las casas deltanas estrenan tapetes, manteles, chinchorros, cubrecamas, tejidos por las abuelas, entre las conversaciones de las tardes frescas. Lástimas que las chicas andan más pendiente de comprarse una Barbie o una Hellow Kitti en vez de aprender ese arte ancestral de los tejidos.
El baile
Y sobre todas las cosas, la Navidad es baile. Los deltanos son los mejores bailarines del mundo desde que nacen, para ellos el moverse al compás de los ritmos no tiene secretos. Los niños  se  mueven desde la cuna.
En el Delta se baila en todos lados, las discotecas son pocas y costosas, pero las casas siempre tienen un patio para moverse. Se escuchan los discos más modernos, convive la música llanera con el reggae, el Calipso borbotea al tercer ron y todos están siempre dispuestos a echar un pie. Al llegar el año nuevo, entre bailes, risas y abrazos, con el estreno bien puesto, la pantaleta amarilla, un billete en el zapato y mucho amor, todos desean un año mejor… y siguen esperando.

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