EL PUEBLO GUARAO
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El pueblo guarao pide reconocimiento pleno, como venezolanos
que son; y, a la vez, respeto por sus diferencias...
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No es fácil apreciar una sonrisa más amplia
y limpia que la de los niños guaraos. Ellos, y sus padres, y sus abuelos,
acostumbraron sus pieles a la lluvia y al río, al sol y a la selva infinita. Y
el corazón, a la armonía, al buen con-vivir, a la alegría profunda de las cosas
simples, a la suave disciplina emanada de sus mitos ancestrales.
Hoy podemos ver al guarao en varias
ciudades de Venezuela, unas veces encandilados -y rechazados- por el brillo fácil del desarrollo, otras
ejerciendo como serios profesionales en las distintas ramas del saber.
Pero su tierra querida, su hogar primero,
la niña de sus ojos está en “los caños”, las mil y una aperturas del Orinoco en
sus barruntos de mar. El lugar donde las
curiaritas se deslizan al amanecer sobre las aguas negras y brillantes de
escondidos cañitos; el lugar de extensos morichales, de los que el guarao saca
sustento para sus hijos, herramientas para el trabajo, fibras para su arte;
lugar cercano a las costas marítimas, a donde se desplaza para ese gran
encuentro de las comunidades y regocijo del paladar que es “la fiesta del
cangrejo”, en las lunas menguantes de agosto y septiembre; refugio para sus
antepasados; morada de sus jebu o
espíritus; vida en abundancia, tierra para el descanso definitivo.
Algunos estudios dan más de 8.000 años de
antigüedad a la presencia de los guaraos en el delta del Orinoco. Hoy cuentan
con una población de más de 30.000, el segundo pueblo indígena más numeroso de
Venezuela, después de los wayú.
“Guarao” o warao parace provenir de
las palabras waja-arao: “habitantes
de las tierras bajas del Delta, de los caños”, frente al “jotarao” (jota-arao), que es el poblador de las
tierras altas, como designan al resto de los venezolanos. Han sabido mantener
su idioma con orgullo y esmero; no se le ha encontrado parentesco con ninguna
otra lengua conocida, por eso se le suele caracterizar como independiente, aunque es probable que
estuviera relacionado con alguno de los idiomas que se hablaban en las islas
del Caribe antes de la llegada de los conquistadores europeos. Ha sido objeto
de muchos estudios y motivo de deslumbramiento para lingüistas y poetas; no es
para menos, cuando al amigo lo llaman maraisa
(mi otro), al compañero de pesca, de trabajo o de conversa ma muaraisa (mi otro ojo), y abrir un
libro es “hacer que brille” (karata
emurakitane).
El pueblo guarao pide reconocimiento pleno,
como venezolanos que son; y, a la vez, respeto por sus diferencias, por su
cultura y sus tierras. Mejor atención médica para sus niños, mujeres
embarazadas y ancianos; demarcación de las tierras colectivas que han habitado
ellos y sus antepasados; escuelas pensadas desde la interculturalidad; saberse
respetados en su ser pescador, su ser campesino, en sus prácticas medicinales y
religiosas, en la sabiduría que destilan las narraciones de sus abuelos.
Si usted viene al Delta Amacuro y tiene la
posibilidad de acercarse a las tierras del guarao, hágalo con el cuidado y la
emoción con que se acerca a un buen libro, saboree despacio ese encuentro como
si se tratara de un vino generoso,
hágalo con los pies descalzos, como Moisés ante la zarza ardiente, porque el
terreno que pisa es sagrado.
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